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Parte 7 de 7 – ver parte 65432 , 1

El Sábado 29 de Octubre sería un largo día. Desde Baños estaríamos en ruta hacia Chimborazo la mayor parte de la jornada. Nos detendríamos por una comida ligera y luego en un supermercado para comprar snacks y otras comidas para más luego.

En lo personal, ya había decidido hacer el intento de cumbre y enfocarme lo mejor posible en ello. El malestar sufrido en Cayambe se había disminuido en su mayoría, sabía que debía cuidar más la técnica y darle mi todo.

Por otro lado, el colega Paco mantenía sus dudas, pero sabiendo que no tenía alternativa optó por continuar con el arreglo original. Juan solo le tocaba tolerar las situaciones, hasta entonces con mucho ánimo, pero nunca me escondió su insatisfacción con la negatividad de mi pareja dispareja.

Yo disfrutaba cada vista ofrecida del trayecto ya fueran pueblos, ciudades, valles, fincas… Por la tarde empezaríamos a subir en la Landcruiser y el cambio de ambiente era definitivamente palpable. Los colores, el cielo. Me sentía en otro planeta.

Las vicuñas, una especie introducida al área volcánica con éxito hace algunas décadas, nos señalaban la llegada a las faldas del Chimborazo. En una primera entrada nos solicitan registrarnos. Un bus llega ahí con gran cantidad de locales simplemente para visitar y conocer los alrededores. Por lo menos una persona parece haber sufrido mal de altura y el gentío curioseaba a su alrededor.

Nosotros nos dirigiríamos más arriba, al refugio Hermanos Carrel. Desde ahí nos acomodaríamos para conocer los alrededores y comer lo adquirido en el súper. Al rato llegaría Melody, una joven californiana, acompañada de su guía. Ella pensaba que Juan era solo un compañero más de nuestro grupo, describiendo perfectamente la personalidad de nuestro magnífico guía.

Sin hacerse esperar llegó el atardecer y el frío. Aunque el enfoque era el reposo, cuando Juan me llamó para salir a ver la caída del sol, no podía perder semejante oportunidad. Son pocas las ocasiones de experimentar un atardecer a 4800 m.s.n.m., sobre las faldas de lo que es considerado el punto más cercano al Sol.

El principio de la noche sería para reposar unas horas. Pronto vendría el «desayuno» de media noche y así el principio del fin de esta aventura.

No podemos tener un artículo sobre el Chimborazo sin recordarles que es el punto más cercano al Sol desde nuestro planeta.

Una de las rutas favoritas para tomar es por «El Corredor». Sin embargo, por la falta de nieve y el riesgo de rocas sueltas, el ascenso sería por una ruta más larga.

En esta ocasión el guía nos llevaría bajo un ritmo lento pero inicialmente seguro. Después de algunas horas en la noche sobre tierra y roca, llegaría el hielo y así el momento de equiparse. A diferencia de mi experiencia en Cayambe, la ruta tendría secciones mixtas de hielo, tierra y escalada simple en rocas. El ritmo lento era con la intención de no desgastar demasiadas energías, pensando en el retorno. Al igual que durante Illiniza, estaríamos encordados uno del otro, permaneciendo yo en el medio durante el ascenso.

No se si por el reposo desde Baños, el Ibuprofeno, o tal vez la variedad de la ruta, logré disfrutar más el trayecto. Eso sí, cada paso contaba y llevaba un mantra que habré repetido cientos de veces para mí: «Ahí vamos Chimbo«. El esfuerzo era grande, pero igual era la motivación.

Por otro lado, habíamos salido un poco antes que nuestra compañera Melody y su guía, pero al momento de cambiar al equipo de glaciar nos alcanzó y tomó delantera. Era impresionante ver luego de, tal vez una hora o más a lo lejos las lámparas del otro grupo. Dos pequeños puntitos en medio de la enorme silueta del Chimbo nos hizo testigos del largo camino por recorrer.

Al pasar las horas la situación cambió. Primero empezaría con Paco pidiendo una pausa para reposar. Yo feliz de cada oportunidad de reposo. Más luego, tal vez 30 o 45 minutos después Paco estaría preguntando cuando se podría pausar para tomar agua. Juan recomienda esperar un rato más y seguimos. Los minutos pasan y Paco recuerda su solicitud de pausar. Ahora Juan le pide por favor esperar, ya que cruzamos una sección delicada.

No pasan muchos minutos y Paco insiste en que se estaría deshidratando si no le dejan tomar agua. Irónicamente ésta sería la gota que derramaría el vaso. A Juan, ahora muy molesto, le toca recordarnos que él es el guía y en tono sarcástico nos enumera sus experiencia de cumbres. También nos advierte del obvio peligro, en una sección delicada, de resbalarnos o simplemente perder por un resbalón el termo con agua que llevamos. En todo caso nos detuvimos un momento para que Paco tomara agua y seguir.

La noche se empezó a hacer larga y pesada. Obviamente el desacuerdo nos traería un nuevo ambiente y humor para todos. Ya el ritmo no era el mejor y no sería la última de las quejas que recibiríamos.

Yo tampoco escondía mi cansancio, pero solo tenía que ver hacia arriba. Primero los puntitos de luz, pero luego la silueta y las estrellas al fondo me motivaban a seguir. Eventualmente llegamos a lo que parecería un puente. Un filo que conecta el resto de la ruta con «El Castillo». Desde ahí el majestuoso Chimborazo se robó mi mirada  y a pesar del estrés previo, fue otro de los momentos más emocionantes que tuve entre todas las hazañas: estar frente a algo tan grande e inhóspito, aún con el misterio solo quería seguir ahí. Después de un descanso caminaríamos más, pero los humores no mejoraron.

Por un lado, Juan nos advertía sobre el ritmo ahora llevado, que había que mejorar. Aunque él haya hecho expediciones que han tomado 24 horas de caminata, han sido bajo otras necesidades y le preocupaba además el retorno, tanto por las condiciones del terreno como por la de nosotros como grupo. Por último mencionó un punto importante y era que él aún debía manejar de vuelta a Quito una vez finalizaramos la expedición. Esto último él intentó exponerlo como algo menor pero yo no pude dejar de recordarlo.

Por el puente, el filo, seguimos cruzando y aquí el terreno empezaría a ganar una ascensión más rápida. Yo seguía con mi mantra, aunque a diferencia de Cayambe gané aprecio por el sonido y como se sentían mis pies al romper con los crampones el hielo debajo de mí.

Lo que la noche esconde.

Pasarían las horas, y lo inevitable sucedió. Paco empezaría a preguntarme sobre mi estado. Antes de eso también habíamos conversado sobre ello con Juan y yo lo que le explique a nuestro guía es que como nunca había hecho algo así, no sentía que tenía la objetividad sobre si tenía las energías para lograr la cumbre. Lo que si le prometí era mantenerlo al tanto de lo que sentía, en especial si era algún malestar o cansancio fuera de lo usual.

Aunque no recuerdo haber sentido que mi ritmo disminuyera, si sentía que el de Juan aumentaba un poco. Y yo hacia lo posible para mantener el paso. Ahí vamos Chimbo. Más pasos. Ahí vamos Chimbo. Luego Paco volvía a preguntar sobre mí, si podía seguir, si estaba cansado, etc.

No recuerdo si fue poco antes o después, pero también había notado que las dos lamparillas a lo lejos parecían ahora descender. Pronto también nos cruzaríamos con Melody y su guía, ahora bajando. No harían la cumbre en esta ocasión.

Hora de regresar.

Lastimosamente mi paciencia estaría pronta a acabar. A pesar del enfoque, sabía que algo estaba pasando ya que era la primera vez que Paco expresaba algún tipo de preocupación por mi estado o bienestar. Además, Juan ya no tenía el mismo humor y amabilidad que le caracterizó durante todas las aventuras anteriores. El ambiente era tenso.

Así no me lo imagine. Esta no es la forma.

Hemos logrado mucho, pero no quiero que sea así.

Paco volvió a preguntar y ahí tomé la dura decisión de que regresáramos. Digo que la tome yo, porque Juan estaba dispuesto a continuar. De hecho insistió en continuar hasta el amanecer, para lo que faltaba una hora o dos. Yo le dije en voz baja, aunque estando todos cerca no se si quedó como secreto o no, que a mi me parecía que Paco no quería seguir. Y yo tampoco quería bajo las condiciones actuales. No hubo discusión de la decisión por parte Paco.

Así entonces convencí a Juan de retornar. Logramos llegar aproximadamente entre los 5600 a 5700 m.s.n.m. de altura.

El orden de cordada al retorno cambió. Yo iría detrás, con Paco en el medio. El amanecer lo recibiríamos sobre el filo que antes fue misterio. Ahora se vislumbraba parte de nuestro recorrido y parte de lo que nos faltó. Yo sí le pedí a Juan reposar ahí, especialmente porque fue mi punto favorito de toda la ruta. Tomé algunas fotos y descansé. Luego del reposo, Juan pediría disculpas a Paco por el enojo y el cambio de trato.

El Té de la Paz

Aproximadamente desde ahí nuestra ruta de retorno cambiaría. El resto del descenso sería por El Corredor. Efectivamente, el mismo fue básicamente una bajada resbalosa por las rocas sueltas, que eran practicamente todas. Pero con el sol ya iluminando se podían negociar. A medio camino de esta ruta alcanzaríamos a Melody y estaríamos como un solo grupo el resto del retorno. Al parecer ellos decidieron cancelar porque no consideraban lograrían buen tiempo de ascenso al ritmo que llevaban. Fue un buen momento para conversar y disminuir la tensión que se había creado esa noche.

A pesar de no haber podido cumplir el objetivo ese día, no podía sentirme insatisfecho con todo lo logrado. Una vez en el refugio, todos descansaríamos algunas horas. Aunque yo debí haber sido el que menos durmió en esta ocasión. Pronto solo quedaría desayunar, esta vez en la mañana. Volver a empacar todo y retornar.

Paco anotaría que mi esfuerzo fue «loable». Juan me preguntaría luego si me atrevía a intentarlo nuevamente la próxima noche. Por el tono no se si era en serio o en broma, pero si espero retornar en otra fecha. Aún no me doy por vencido.

Guindando el casco, hasta la próxima!

Categories: Aventuras

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